Un sistema tributario de acumulación

agosto 11, 2024

Un sistema tributario de acumulación

agosto 11, 2024

Un sistema tributario que favorezca a las mayorías trabajadoras logrará reducir las desigualdades estructurales en la sociedad. Si por el contrario el sistema tributario beneficia a las élites, el proletariado no sólo enfrentará la explotación de los patronos, sino también la opresión del Estado burgués en su conjunto.

Si hay críticas que se le hacen al análisis del mundo que hizo Karl Marx, estas suelen colocar la lupa sobre los aspectos que fueron dejados de lado, o que solamente se abordaron de manera tangencial en sus textos. Así, por ejemplo, el feminismo es uno de los puntos lánguidos que suelen ser criticados al análisis marxista por no haber sido abordado en profundidad. No obstante, Marx sí aborda algunos conceptos preliminares que permitirían a algunas autoras posteriores abordar el tema desde una perspectiva marxista. Cabe resaltar que los análisis de este tipo escapan a los objetivos que tenía en su momento el filósofo alemán, pues, aunque su teoría es amplísima, no buscaba abordar todos y cada uno de los aspectos de la sociedad.

Como se ha dicho, Marx deja algunos análisis que serán la semilla que germinará para ramificar nuevos análisis que él mismo no tuvo la oportunidad de hacer. El feminismo expuesto de la mano de mujeres como Aleksandra Kollontái, Tithi Bhattacharya, Angela Davis, etc es un feminismo que no fue desarrollado por Marx en tanto que esta no era su tarea; no obstante, su teoría funcionó como punto de partida para establecer los vínculos evidentes entre el patriarcado y el sistema capitalista. Así, existen varios ejemplos más de temas que, por el avance de las tecnologías y de la sociedad, no pudieron ser abordados en profundidad por Marx. En particular, por ejemplo, se podría hablar sobre las distintas maneras de explotación que sufriría la clase trabajadora bajo el mito de la independencia. El nacimiento del neoliberalismo del siglo XX traería consigo una nueva lógica de explotación que no se hace tan evidente y que, por supuesto, Marx no habría podido prever en sus textos y, sin embargo, sí nos dejaría las bases para hacer un ejercicio crítico de las actuales y nuevas formas de explotación.

Existen ciertas condiciones necesarias para producir una mercancía física. Se necesita tanto las materias primas que compondrán el producto como la maquinaria o herramientas necesarias para transformar esas materias en algo más. Sin embargo, ni la maquinaria ni las materias primas pueden transformarse en el producto final por sí solas. Aquí es donde entra en juego la tercera condición para la producción: la fuerza de trabajo del obrero. Estas tres condiciones: materias primas, maquinaria y fuerza de trabajo, se conocen como coste de producción, que generalmente no varía mucho en el mercado. El capitalista tiene la capacidad de pagar por estos tres elementos incluso antes de poner a la venta las mercancías, ya que su capital previo le permite poseer estos medios de producción. Al vender el producto final en el mercado, el capitalista obtiene ganancia y acumulación de capital a través de la plusvalía. Así, la ganancia obtenida excede con creces el pago que recibe el obrero por su trabajo; en otras palabras, el obrero produce una ganancia para el capitalista de la que él solo verá una mínima parte.

El análisis que se acaba de esbozar sobre las relaciones de producción explica la explotación por medio de la extracción de la ganancia excedente que produce el obrero. Dicha extracción suele darse por parte del capitalista que cuenta con la libertad de ofrecer sus productos a un precio mucho mayor al del coste de producción; su poder sobre los medios de producción, le permiten establecer una relación vertical y desequilibrada con respecto a los trabajadores que se deben contentar con el pago mínimo por su trabajo. El obrero está subordinado a la voluntad de su patrón en tanto que este último es el dueño de los medios de producción. El trabajador solo vende una mercancía más en la lógica de producción: su fuerza de trabajo.

Ahora bien, este análisis está hecho bajo las lógicas habituales del sector privado en donde el trabajo del obrero depende de medios de producción ajenos, pero tendríamos que preguntarnos por el carácter y los niveles de explotación de la clase trabajadora cuando se es un trabajador independiente. No nos concentraremos en los trabajadores independientes dentro de la economía popular –vendedores informales, por ejemplo–, sino que abordaremos el espectro de la “independencia laboral” desde los trabajadores que son dueños de su propia maquinaria y que elaboran por sí mismos toda la cadena de producción –exceptuando, por supuesto, la producción de materias primas–. Así, podemos mencionar a un zapatero, un costurero, un panadero, etc. Teniendo en cuenta las condiciones laborales de estos oficios, podríamos preguntarnos por el tipo de explotación al que están expuestos, ya que no hay un patrón por encima de ellos en una escala jerárquica directa –al menos no de manera directa– que extraiga de ellos una ganancia por medio del
plustrabajo.

Néstor Kohan establece que la explotación se deja ver de la mano de la plusvalía y menciona que, en el mercado capitalista, el plusvalor puede asumir tres formas diferentes:

– Ganancia industrial (para el capital dedicado a la industria).
– Interés (para el capital centrado en los bancos y las finanzas).
– Renta (para el capital basado en la explotación de los trabajadores de la tierra).

Bajo la mirada –simple– de estas tres formas de explotación, el trabajador independiente no estaría siendo explotado en tanto que no produce acumulación de capital a un tercero ni a partir de la industria, ni del interés, ni de la renta. No obstante, si consideramos los aspectos generales que definen la explotación, podemos notar rápidamente que la apropiación del excedente de trabajo es un elemento fundamental. El trabajador de los oficios antes mencionados no cuenta con la apropiación de excedente por parte de un tercero, al menos no de manera tan evidente, pero todo trabajador debe someterse al pago de impuestos de manera directa –como con las declaraciones de renta– o indirecta –como por ejemplo con el pago del IVA de los productos–; Es cierto que quien toma este dinero es el Estado y, teóricamente, su objetivo no es la acumulación de capital, sino el bienestar común; sin
embargo, la realidad muestra que la inversión del dinero público se hace bajo lógicas acumulativas que resultan perniciosas para el pueblo.

Ciertamente, en principio, el cobro de impuestos no debería ser visto como un punto necesariamente negativo, pues pagar al Estado para el sostenimiento de bienes comunes es una tarea necesaria para el sistema tal como lo conocemos; sin embargo, con la llegada del neoliberalismo, este principio desdibuja sus objetivos y busca el privilegio del sector privado.

Así, en lo que respecta al pago de impuestos, encontramos dos problemas fundamentales que permiten mostrar los impuestos como una forma de explotación disfrazada de obligación ciudadana.

Por un lado, al componer la mayoría de la población, la clase trabajadora es la que termina aportando el grueso de los dineros públicos, pues, aunque se haga un cobro diferenciado según la situación socioeconómica de cada persona, la población de los estratos más altos no superan la cantidad de dinero aportado por el ejército de trabajadores que habitan el país. En consecuencia, es el proletariado el que termina sosteniendo los bienes comunes de la sociedad.

Por otro lado, y empeorando la situación, la inversión de los dineros públicos se ha visto manchada e invadida por el pensamiento neoliberal en donde el Estado se apoya en las entidades privadas para “suplir” las necesidades y asegurar el cumplimiento de los derechos de los ciudadanos. Esta situación resulta problemática porque implica que la inyección del dinero del pueblo llegará a los bolsillos del capitalista y no a una entidad pública que pueda
asegurar mayor calidad para sus usuarios. Además, estas entidades privadas solamente prestan un servicio, es decir que la clase trabajadora se ve obligada a pagarle a estas entidades por sus servicios, lo cual resulta en un pago adicional que el trabajador debe hacer además del pago de sus impuestos que ya ha sido entregado a la entidad. Así, el proletariado resulta pagando dos veces por un mismo servicio que ni siquiera es
necesariamente de calidad, ni le es asegurado.

Podemos ver, por ejemplo, el caso de Transmilenio en donde la mayor parte de sus ganancias –el pago de los usuarios– se destinan al sector privado, y menos del 10% de esta ganancia se destina al Estado y al funcionamiento del sistema de transporte. De esta manera, el Gobierno se ve obligado a dedicar parte de su presupuesto a los costes de funcionamiento del sistema. Este dinero sale de los impuestos pagados por el pueblo y, al mismo tiempo, el pueblo debe pagar de manera individual por el uso del transporte. Este es solo un ejemplo de cómo la clase trabajadora resulta pagando dos veces por el mismo servicio.

En este sentido, aunque los trabajadores independientes no sufran de una explotación directa por parte del capitalista, sí tienen una explotación indirecta por parte del Estado que termina enviando el excedente de los trabajadores a los bolsillos del burgués gracias a las lógicas neoliberales. Así, el problema no es en sí mismo el sistema tributario que rige la sociedad colombiana actual, pues el pago de impuestos para sostener los bienes comunes es necesario. Lo que resulta problemático es el enfoque de los dineros públicos que contribuyen a la reproducción de capital por parte de las élites, pues esta situación perpetúa un ciclo de acumulación de riqueza en manos de unos pocos, mientras que los trabajadores continúan cargando con el peso de un sistema económico que no les beneficia equitativamente. Para romper con esta dinámica, es esencial orientar las masas hacia una lucha de reivindicación que desemboque en una redistribución más justa que priorice el bienestar de las mayorías y garantice que los recursos públicos se utilicen para fortalecer los servicios y bienes comunes, en lugar de favorecer los intereses privados de la clase dominante. Solo así se podrá avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa, donde el Estado actúe verdaderamente en beneficio del pueblo y no como un instrumento de la clase burguesa.