COORDINACIÓN DISTRITAL – BOGOTÁ
UNIÓN DE JÓVENES PATRIOTAS (UJP)
Casi 11 millones y medio de colombianos y colombianas votaron favorablemente la consulta popular anticorrupción, que había sido impulsada desde diversos sectores democráticos y alternativos al régimen uribista. Sin duda alguna fue una proeza política que debemos resaltar, no sólo porque fuimos parte activa de su impulso, sino porque demuestra la capacidad del pueblo colombiano de movilizarse (en este caso por la vía electoral) en contra de lo que afecta sus derechos.
No podemos negar lo obvio, la consulta popular no obtuvo la cantidad de votos necesaria para que fuese jurídicamente vinculante, una vez más nos faltaron 5 centavos para el peso, esto nos convoca a una reflexión sobre nuestras formas electorales y cómo hacerlas más eficientes, por supuesto, siempre dentro de los límites éticos de la democracia y del poder del argumento como herramienta para la construcción de mayorías. Además, debemos presionar el mandato contenido en el acuerdo de La Habana consistente en la depuración del censo electoral, como mecanismo para la garantía de la participación ciudadana.
Sin embargo, nuestro análisis de ir más allá, y además de las implicaciones jurídicas que para esta contienda en particular tiene esa votación, debemos preguntarnos por el significado político de la misma, al respecto creemos que esta votación, analizada en el largo plazo, representa una tendencia de acumulación hacia el cambio, es un hecho que, si lo analizamos en conjunto con las contiendas electorales precedentes, marca una tendencia en el momento político: esa transición política hacia la paz viene aparejada con una ciudadanía más consciente de su rol en la construcción y control del poder público, una nueva generación que, liberada de los avatares de la guerra, usa los mecanismos institucionales de participación hacia una sociedad más democrática y transparente.
No estamos diciendo que con eso se solucionen todos los problemas de la democracia colombiana o que ese cambio ya haya operado, pero sí es una muestra de la indignación y de las posibilidades de cambiar el rumbo de la política colombiana, si somos capaces de impulsar y organizar ese renovado espíritu democrático, y de desarrollar el mandato político que la ciudadanía ha expresado: defender la paz y luchar contra la corrupción.
Adicionalmente, ese movimiento ciudadano se ha mostrado capaz de enfrentar a la clase política tradicional colombiana, los arrinconamos en las elecciones presidenciales, obligándolos a unirse todos bajo un solo candidato, y en esta contienda obtuvimos casi 12 millones de votos en contra de la invisibilización de los grandes medios de comunicación y de la orden expresa del senador Uribe de no apoyar la iniciativa.
Así pues, la ruta que debemos seguir está clara: ya medimos fuerzas y nos mostramos capaces, ahora debemos organizar ese poderoso movimiento ciudadano, unir fuerzas para enfrentar al Estado corrupto y paramilitar por una apertura democrática, y construir las bases de un gobierno democrático y popular que garantice la definitiva superación de la guerra en nuestro país.
Seguiremos avanzando, estamos cumpliendo.