Notas para la actualización de una política marxista-feminista del PCC

julio 19, 2022

Notas para la actualización de una política marxista-feminista del PCC

julio 19, 2022
Resumen

El presente texto recoge de manera articulada algunas ideas de las autoras feministas contemporáneas Silvia Federici y Tithi Bhattacharya, por medio de las cuales se aborda, desde una perspectiva marxista, la Teoría de la Reproducción Social y el fenómeno de las Violencias Basadas en Género contra las mujeres. Lo anterior, en diálogo con reflexiones propias y un repaso de la obra de Marx para ver sus limitaciones y aportes al feminismo y entender su teoría de la plusvalía desde esta óptica; nos permite proponer un conjunto de premisas como contribución a la discusión sobre el pensamiento marxista-feminista del Partido Comunista Colombiano y su proyecto revolucionario. Dichas premisas son fruto de la sistematización de jornadas de estudio y discusión realizadas por parte de militantes de la Juventud Comunista en Bogotá a propósito del proceso de actualización organizativa, programática y política que está desarrollando el Partido en el marco de la próxima Conferencia de Programa y Estatutos y su XXIII Congreso.

Palabras clave: Feminismo, Marxismo, Teoría de la Reproducción Social y Expectativas de género.

El presente artículo es resultado de la sistematización de unas jornadas de estudio y discusión realizadas por parte de militantes de la Juventud Comunista en Bogotá, a propósito de la necesidad que tiene el PCC de actualizarse interna, ideológica, programática y políticamente, con tal de estar a tono, mejor conectado y en función de continuar fortaleciendo la lucha de las trabajadoras dentro de las dinámicas de la confrontación de clases contemporánea. En ese sentido, es la organización, articulación y presentación de unas ideas subrayadas del material estudiado, complementadas con algunas reflexiones propias, que, en conjunto, pueden enriquecer la comprensión y la acción del Partido en relación con el problema de la opresión y la explotación de las mujeres en el capitalismo de hoy.

Así, la intención es recoger algunas ideas resaltadas producidas por dos autoras contemporáneas, Silvia Federici[1] y Tithi Bhattacharya[2], que, en diálogo con ciertos postulados tomados de El Capital de Marx y las reflexiones propias mencionadas, se piensa, pueden constituir un conjunto de premisas que sirven de introducción para la actualización de un pensamiento marxista-feminista afín con el proyecto revolucionario del Partido, en el cual se debe formar al conjunto de sus militantes. Con este fin, se procederá a realizar un análisis de los aportes de la obra de Marx al feminismo, de la crítica enriquecedora del feminismo a la obra de Marx, los fundamentos estructurales y originarios de la opresión de la mujer en el capitalismo (o la subsunción real del patriarcado por el capitalismo), las premisas generales de la Teoría de la Reproducción Social (TRS), las transformaciones del patriarcado en el neoliberalismo, los factores objetivos y culturales en este tiempo que posibilitan las Violencias Basadas en Género (VBG) contra las mujeres y, finalmente, cómo se puede entender la explotación de las mujeres a la luz de la teoría de la plusvalía.

De este modo, dichas ideas se deben tomar como introductorias, las cuales demandan de un ejercicio de estudio, discusión e investigación individual y colectivo para complementarlas y complejizarlas, adentrándose en la obra de Marx, de las autoras incluidas y otras, así como en su aterrizaje por medio del análisis de nuestra realidad particular, nacional y local. Cabe aclarar que para cumplir con el objetivo señalado se decidió utilizar los aportes de estas dos autoras potentes que se identifican con el marxismo y que actualmente están produciendo intelectualmente sobre el feminismo, pero que al respecto es necesario recordar que existe una larga tradición teórica y práctica del movimiento comunista internacional y nacional que es obligatorio revisar en el ejercicio de actualización del Partido.

En relación con esto, vale la pena resaltar la obra del propio Marx, que en parte se referencia directamente en el último acápite de este artículo, pero igualmente la de Engels, Bebel y Lenin al respecto, así como la de Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, la rica experiencia del movimiento revolucionario ruso y la derivada de la revolución de octubre de 1917[3] donde se destaca lo aportado por Alexandra Kollontai, incluyendo en todo este acervo desde el punto de vista nacional lo elaborado y realizado por María Cano, entre otras. 

  1. De Marx al feminismo

Para poder adentrarse en los aportes hechos por Marx al feminismo, es necesario iniciar aclarando qué se puede entender como feminismo desde el marxismo. Para esto, cabe retomar dos ideas de Federici[4] al respecto: la primera, la cual define al pensamiento feminista como parte del movimiento de liberación y de cambio social para toda la sociedad; y la segunda, la que puntualiza que una visión feminista es aquella que se hace centrada en el proceso de reproducción social. Por lo tanto, siendo claro que desde el marxismo revolucionario se entiende el capitalismo, no como una colección de procesos económicos, sino como un conjunto integrado de relaciones socioeconómicas[5], el feminismo se puede definir como aquella praxis política que parte del entendimiento del proceso de reproducción social y actúa en pro de la emancipación de la humanidad, teniendo en cuenta y haciendo énfasis en las condiciones particulares de opresión y explotación de las mujeres y su proceso de liberación.

En ese sentido, hay ciertos aportes que la obra de Marx le hace al feminismo. Federici reconoce cinco[6]. En primer lugar, el entendimiento de la historia como un proceso de lucha, por lo que esta no se puede estudiar desde el punto de vista de un sujeto universal, pasando por alto las divisiones existentes por género, raza y otras, a través de las cuales la actual sociedad se perpetúa. En segundo lugar, la concepción de naturaleza humana como producto de relaciones sociales, que en el caso de las mujeres permite luchar en contra de la naturalización de la feminidad y la asignación de roles que se les imponen como consustanciales y eternos.

En tercer lugar, la relación que establece entre teoría y práctica, donde afirma que se conoce a la sociedad en el proceso de su transformación. En cuarto lugar, la concepción del trabajo como fuente principal de producción de la riqueza. Y, por último, el análisis sobre el capitalismo el cual resulta vigente para entender este tipo de sociedad y los mecanismos que utiliza para perpetuarse.

  1. Una crítica feminista a Marx[7]

Igualmente, si bien se deben reconocer los aportes de la obra de Marx al feminismo, el feminismo, como afirma Federici, brinda las herramientas para hacer una crítica constructiva a la obra de Marx. Así, desde la teoría marxista-feminista se ha señalado cómo Marx centró su análisis del desarrollo histórico del capitalismo en “la formación del trabajador industrial asalariado, de la fábrica, de la producción de mercancías y el sistema del salario”, pero no dio cuenta de la esfera de las actividades centrales para la reproducción de la vida, a saber: el trabajo doméstico, la sexualidad, la procreación y otras, no analizando de manera específica la explotación de las mujeres en la sociedad capitalista.

Por lo tanto, se puede afirmar que, aunque Marx reconoció la importancia de la relación entre hombres y mujeres en la historia y denunció la opresión de las mujeres, mostrando la presencia de cierta conciencia feminista, fueron comentarios que no constituyeron una teoría como tal. Como muestra de esto, en El Capital alcanzó a analizar el trabajo de las mujeres obreras en la gran industria, pero no se encuentra un examen de la reproducción más allá de un par de notas al pie.

Así, Marx reconoció que era necesario partir del entendimiento de la reproducción de la vida cotidiana, que la capacidad de trabajar no es algo que viene dado sino que tiene que ser producido y que este proceso de reproducción de la fuerza laboral es parte integrante de la producción de valor y de la acumulación de capital. Pero la reproducción, como señala Federici, Marx la dejó saldada desde el proceso de producción de las mercancías, donde el trabajador gana un salario y con este cubre sus necesidades vitales, sin reconocer que para ello es necesario un trabajo, el trabajo de reproducción, a saber: cocinar, limpiar, procrear, entre otros.

Por la misma vía, en relación con la organización del trabajo, para Marx era fundamental la procreación de una nueva generación de trabajadores. Pero, según Federici, este proceso lo vio como algo natural venido en el instinto de preservación de los trabajadores, siendo el capitalismo independiente de la capacidad de procreación de las mujeres pues las revoluciones tecnológicas crean población excedente. De esta forma, no dilucidó sobre los intereses distintos entre hombres y mujeres frente a la procreación, no lo contempló como un escenario de disputa y negociación. Asimismo, solo dio cuenta de las relaciones sexuales ligado a la prostitución, encontrándola degradante y obligada por el empobrecimiento de las mujeres.

En consecuencia, el límite de la teoría de Marx, a juzgar por Federici, se encuentra en que en la elaboración de la obra con la que entendió la sociedad capitalista no evidenció el proceso de reforma histórica que llevó a la construcción de la familia proletaria nuclear. En síntesis, la limitación de Marx fue que no dio cuenta a profundidad del proceso de reproducción social, del papel que este desempeña en el capitalismo, y cómo dicho proceso estructura la explotación y la opresión de las mujeres en este tipo de sociedad. 

  1. Fundamentos estructurales y originarios de la opresión de la mujer en el capitalismo[8]

Como lo expone Federici, desde 1870 hasta 1910 se dio un proceso de reforma histórica en el cual se creó la familia proletaria, lo que expresó un viraje en la política del capital. Hasta 1850-1860 el capitalismo se fundamentó en la “explotación absoluta” que se basó en la extensión del horario de trabajo y la disminución al mínimo del salario. Bajo la Revolución Industrial, la clase obrera tuvo serias limitaciones para su reproducción, su expectativa de vida se estableció en los 40 años, se trabajaba de 14 a 16 horas al día y se contaba con una alta mortalidad infantil y de las mujeres en el parto. En este contexto, Marx y Engels pensaban que el desarrollo capitalista y la gran industria eran factores de progreso e igualdad. Lo anterior, pues si la tecnología eliminaba la necesidad de la fuerza física en el trabajo, se daba la entrada de las mujeres a la fábrica, se iniciaba un proceso de cooperación entre hombres y mujeres y se permitía una igualdad que liberaría a las mujeres del control patriarcal del trabajo a domicilio. Sin embargo, lo que se configuró realmente fue una nueva forma de patriarcado.

A finales del siglo XIX se introdujo el salario familiar, lo que llevó a duplicar el salario obrero masculino, con lo que las mujeres empezaron a ser rechazadas en las fábricas y enviadas a sus casas. En consecuencia, se vuelven dependientes y el trabajo doméstico se convierte en su principal labor, cuestionándose socialmente si este se podía entender como un verdadero trabajo. Este “patriarcado del salario”, es decir, la dependencia de la mujer del salario masculino, crea una jerarquía que le da el poder al varón convirtiéndolo en supervisor del trabajo no pagado de la mujer, con capacidad de disciplinarla si no cumple con sus “obligaciones”, incluso las de tipo sexual. Así, la familia deriva en dos partes, una asalariada y otra no, situación en la que la violencia está siempre latente.

La creación de la familia nuclear impulsó el desarrollo del capitalismo y se compaginó con el paso de la industria ligera, textil, a la industria pesada, del carbón, de la metalurgia, que demandaron un trabajador con fuerza y muy productivo, diferente al de la “explotación absoluta”, que además no se rebelara por sus condiciones de explotación. Por consiguiente, esta nueva familia nuclear consiguió un trabajador más productivo y pacificado que, aunque explotado, contaba con una sirvienta. Dicho modelo de familia proletaria nuclear se extendió históricamente hasta los años sesenta del siglo XX.

Del mismo modo, se puede afirmar que, en este proceso, además de establecerse el tipo de familia necesario y hegemónico, complementariamente se definieron los roles de género dominantes y sus expresiones[9], así como las orientaciones sexuales permitidas. De esta forma, la familia nuclear proletaria demandó de un hombre fuerte e imperante responsable de la familia, una mujer sumisa, sensible y dependiente encargada de la casa y destinada a ser madre, y una heterosexualidad obligatoria que garantizara la reproducción generacional de la clase obrera y que confirmara las características y los roles asignados, todo lo que permite la explotación y la acumulación de riqueza y capital en la producción y reproducción de la sociedad capitalista. Cadenas de orientación sexual y de género que se replican en las clases dominantes, pero en estas pesan más como una cuestión cultural, de estatus y prestigio, que económica, sin pasar por alto el papel que desempeña la herencia aquí.

  1. Premisas generales de la TRS[10]

En relación con la TRS, cabe resaltar con Federici[11] el papel que desempeñó el movimiento feminista de las décadas de 1960 y 1970, que buscó la autonomía de las mujeres y rechazó su sometimiento a la familia y a la sociedad. Rechazó su posición como trabajadoras no reconocidas y no pagadas, así como la naturalización de las tareas domésticas. De este modo, contribuyó a impulsar la reflexión con la que se esclarecía que el trabajo doméstico era el que producía la fuerza de trabajo, por lo tanto, que la reproducción no se saldaba con la simple producción de las mercancías, sino que, en primer lugar, se realizaba en la casa, siendo el pilar de todas las formas de organización del trabajo en la sociedad capitalista.

En consecuencia, se puede afirmar que el trabajo de reproducción en el capitalismo es un trabajo formado por el capital para su beneficio, parándose esta sociedad en dos cadenas de montaje: 1. La que produce las mercancías y 2. La que produce a los trabajadores cuyo centro de producción son la casa y la familia.

De esta forma, Federici señala cómo el salario organiza la sociedad, crea jerarquías, grupos de personas sin derechos, invisibilizando espacios sociales de explotación. Por ello, evidencia cómo en el estudio de la “acumulación originaria” asociado al origen de la sociedad capitalista, el análisis de Marx quedó incompleto, pues bajo esta “acumulación originaria” no solo se separó al campesinado de la tierra, sino que también se separó el proceso de producción de mercancías (para el mercado) del proceso de reproducción (producción de la fuerza de trabajo). Esta separación no es exclusivamente física, sino que además es una separación en relación con los sujetos que desempeñan estas labores, la producción de mercancías principalmente masculina y asalariada, y la reproducción prioritariamente femenina y no asalariada, invisibilizándose toda esta parte del proceso de producción en la explotación capitalista.

De este modo, como lo señala Bhattacharya[12], la reproducción social se convierte en un concepto clave de la economía política marxista para evidenciar cómo la producción de bienes y servicios y la producción de la vida constituyen un proceso integrado. Consecuentemente, retomando a Vogel, Bhattacharya especifica tres tipos de procesos que constituyen la reproducción de la fuerza de trabajo dentro de las sociedades de clases, a saber: 1. Las actividades cotidianas que posibilitan a los productores directos recuperarse y volver al trabajo; 2. Las actividades similares dirigidas a personas de los subalternos que no trabajan: niños, ancianos, otras; y 3. Las actividades que permiten remplazar a las personas de los subalternos que ya no trabajan. Acá es clave aclarar que la reproducción social no se puede entender como un proceso exclusivamente material, sino también psíquico, emocional y hasta sexual.

De este modo, en la lucha de clases los capitalistas propenden por extraer la mayor cantidad de fuerza de trabajo posible del trabajador, mientras que este último intenta extraer la mayor cantidad de salario y beneficios que le permitan reproducirse individual y generacionalmente. Los capitalistas se preocupan por cómo y en qué medida los trabajadores se reproducen socialmente pues esto afecta la organización del trabajo que permite la explotación y la acumulación. Bajo este criterio, si se quiere tener una comprensión más aguda sobre cómo se desarrolla la reproducción en una sociedad es necesario esclarecer lo siguiente: 1. Cuál es el trabajo no remunerado que recae en la familia (particularmente en las mujeres); 2. Cuáles beneficios integran el salario social; y 3. Cuáles servicios son vendidos. Este punto de partida del análisis en la reproducción social es el acento que el marxismo le da al feminismo y que se sintetiza en lo que se puede entender como la TRS[13].

  1. El patriarcado en el neoliberalismo

Ahora bien, es necesario aclarar que, a pesar de que el patriarcado adquiere ciertas características específicas bajo el capitalismo, este no permanece inmutable desde su origen hasta la actualidad, sino que se reconfigura según las necesidades del modelo de acumulación. Es de esta forma que adquiere unos rasgos específicos en el tiempo neoliberal.

Así, se puede entender por neoliberalismo la orientación de acabar con el salario social para que el trabajo de reproducción se realice por medio del trabajo no remunerado en la familia (particularmente por las mujeres) y a través de la venta de servicios. De este modo, arma una combinación macabra en función de agudizar la explotación y aumentar los negocios y las ganancias sin llegar a poner en peligro la reproducción social y, con ello, la acumulación[14].

En relación con este proceso histórico, Bhattacharya explica cómo en la década de 1980 la orientación keynesiana de la economía se desmanteló en favor de un nuevo modo de acumulación de capital. De esta forma surgió el neoliberalismo por medio del cual no se busca usar la política para domesticar el mercado sino al revés, expandiéndose dicho modelo a nivel planetario bajo el chantaje de la deuda por medio del que el FMI y el Banco Mundial impusieron los Programas de Ajuste Estructural. Así, el neoliberalismo como respuesta a la crisis de rentabilidad del capitalismo se convirtió en hegemónico entre 1973-1974 y bajo la crisis financiera de 2008.

Complementariamente, en palabras de Federici[15], el neoliberalismo se debe entender como una nueva ola de acumulación originaria caracterizada por la separación de los productores de los medios para su reproducción, dejando un proletariado sin más que su fuerza de trabajo que puede ser explotado sin límites. Estos procesos que cogieron fuerza desde la década de 1970, son un ataque superior a las formas de reproducción e involucran “el extractivismo, la privatización de la tierra, los ajustes estructurales, el ataque al sistema de bienestar, a las pensiones, a los derechos laborales”, entre otros, lo cual ha impulsado un auge de luchas con mujeres a la cabeza que se desarrollan principalmente por fuera de los lugares de trabajo asalariado (los cuales se encuentran en crisis), que aspiran a construir una sociedad no fundada sobre la explotación del trabajo humano, antipatriarcal y por la recuperación de la naturaleza. 

  1. Las VBG contra las mujeres en el neoliberalismo[16]

En relación con las VBG, Bhattacharya, retomando a la OMS (2013), esclarece el contexto vigente en el que un tercio de las mujeres en el mundo está predispuesto a experimentar violencia física o sexual en algún momento de su vida generalmente por una pareja masculina, siendo esta realidad más cruenta en África donde dicha situación recoge al 50% de las mujeres. En ese sentido, hay que intentar entender los factores que hacen que esta violencia se manifieste en la “esfera privada” (la familia) y en la economía formal. Para Bhattacharya, la explicación de este asunto parte de que, en el presente, sobre las mujeres sigue recayendo la gran mayoría de las prestaciones sociales dentro de la casa.

De este modo, Bhattacharya señala que actualmente hay requisitos básicos para la reproducción social como la comida y la vivienda, pero también servicios socializados que contribuyen a mantener la vida y la dignidad humana como “la sanidad, la educación, el cuidado de los hijos, las pensiones y el transporte público”. Los alimentos, el agua y otros productos componen la economía familiar y son parte del trabajo y la responsabilidad de las mujeres, muchas veces producidos como valores de uso dentro de la misma casa o conseguidos por fuera con gran trabajo.

Así, en el capitalismo la vivienda o el hogar funciona como un refugio en el sentido más crudo y material. Es donde el trabajador se repone antes de regresar a trabajar. No obstante, Bhattacharya resalta dos registros opuestos del hogar capitalista: 1. Es el lugar más seguro (protegido del escrutinio público); y 2. Es teatro de la violencia personal y de secretos inconfesables.

Con esta realidad, esclarecido el rol estructural que desempeña el hogar en la reproducción social bajo la sociedad capitalista, Bhattacharya muestra cómo en el Norte Global después de 2008, las tensiones financieras asociadas a los atrasos en el pago de hipotecas y las ejecuciones hipotecarias contribuyeron de manera importante al aumento de la violencia doméstica pues lo que se afectó fue la capacidad de cobijo de la vivienda, como un elemento básico en la reproducción de los trabajadores. Igualmente, evidencia cómo la crisis financiera de 2008 aumentó la violencia de género a nivel mundial, atribuida esta a “cuestiones financieras” donde se incluye la pérdida del empleo.

En el caso del Sur Global, la plena integración de las mujeres al mercado y el desmonte de la economía de subsistencia se puede asociar a la implantación del neoliberalismo. En ese sentido, es posible afirmar que con el neoliberalismo entra en crisis la “familia nuclear proletaria” que giraba en torno al salario familiar. En el neoliberalismo el salario familiar se destruye pues se reconfiguran las relaciones laborales profundizándose la explotación y la acumulación, y, entonces, las mujeres son obligadas a salir a trabajar, pues los recursos necesarios para la subsistencia de la familia proletaria se consiguen ahora por medio de la obtención de ingresos por parte de la mayor cantidad posible de sus miembros.

En este contexto, Bhattacharya resalta dos tipos de procesos contradictorios que se conjugan en el hogar moderno y que se presentan en casi todos los periodos de la historia del capitalismo: 1. Este sigue siendo un lugar de resguardo, no instrumental, en un mundo cada vez más hostil y mercantilizado; y 2. Es el sitio de grandes “expectativas de género”, es decir, donde las mujeres bajo cualquier circunstancia tienen que responder por las labores de la reproducción.

Sin embargo, Bhattacharya aclara que durante el neoliberalismo la situación se vuelve más oprobiosa pues el hogar es vaciado de todos los recursos de la subsistencia y la necesidad de aprovisionar al conjunto de trabajadores de la casa se mezcla con las expectativas ideológicas de género que definen a las mujeres como las responsables de satisfacer necesidades como de alimentación y vivienda. Dicha situación, que hunde sus raíces en el “patriarcado del salario” y la división del trabajo entre hombres y mujeres en la familia, genera las condiciones que posibilitan la violencia de género.

Sumado, bajo el régimen neoliberal, con la eliminación de las ayudas públicas, este trabajo es transferido a las familias (particularmente a las mujeres) o es privatizado y vendido como servicios a precios que muchas veces quedan por fuera del alcance de las mayorías. Es precisamente en este tipo de sociedad en el que impactó la crisis financiera de 2008, lo cual significó un aumento en la carga de trabajo de la reproducción, la pérdida de empleo a gran escala y recortes salariales, situación en la que las mujeres desmejoraron sus ya pésimas condiciones laborales o tuvieron que buscar más de un empleo remunerado.

De esta forma, se hizo más explícita otra condición con la que el capitalismo neoliberal configura el patriarcado. Aquí, las mujeres, así sean el principal sostén de la familia, al igual que en el ámbito privado históricamente, en lo público su trabajo se considera informal y no remunerado, limitándose su participación en la economía a las ramas que son para la reproducción social (también denominadas labores del cuidado) o remunerando su trabajo por debajo del hombre así desempeñen iguales tareas, siendo sometidas a los peores métodos de explotación.

Sin embargo, no es suficiente ejemplificar la violencia de género asociándola a la situación en la que un hombre es despedido del trabajo, se enfrenta a un desahucio y a la ausencia de alimento (o sexo), y como consecuencia golpea a su esposa. Pues en la realidad contemporánea, esta situación no es exclusiva de los hombres, pero, en cambio, la mujer no llega a casa y le pega a su marido.

Para dar una explicación más profunda, Bhattacharya resalta dos formas básicas del significado de esta violencia: 1. Las expectativas de género que redundan en la idea machista y naturalizada de la división del trabajo dentro de la familia, expectativas que si son desafiadas o defraudadas legitiman y dan lugar a la violencia; y 2. Las ideas sexistas también profundamente arraigadas que apelan a la tradición y al honor, donde la pérdida de control o de autoridad del hombre es un detonante de la violencia, pues se cree que el hombre es el sostén natural de la familia, aunque esta ya no sea una realidad en el mundo industrializado contemporáneo[17].

Así, dichas expectativas de género y la autoridad naturalizada del hombre sobre la mujer ligada a su “dependencia”, no solo son condiciones culturales presentes en el hogar, sino que se diseminan como patriarcado en todos los poros de la sociedad capitalista. Es por ello por lo que se cree, y esta sociedad intenta objetivarlo a toda costa, que las mujeres deben estar a disposición de los hombres y por eso pueden acosarlas; solo pueden participar en ciertos espacios, pueden estudiar ciertas carreras, pueden ocupar determinados trabajos, pueden desempeñar ciertos cargos y no pueden ganar más, estar por encima o ser superiores a los hombres, ni en la casa, ni en el lugar de trabajo, ni en el estudio, ni en la organización social o política. Desafiar esa condición es un detonante objetivo cultural en la sociedad en la que vivimos para que la violencia de género de diferentes formas se pueda desarrollar con tal de restaurar el honor del hombre y “poner en su sitio a la mujer”.

Dicha diseminación del patriarcado se manifiesta y reproduce como cultura por medios como el lenguaje, la religión, la estética, las relaciones sexo afectivas, la música y hasta a través del sentido del humor. Por lo tanto, estos también deben ser escenarios de disputa y parte de la alternativa, bajo una visión de totalidad para la emancipación.

Igualmente, cabe advertir que el patriarcado es una condición que, si bien recae y oprime para explotar particularmente a las mujeres, en el caso de los hombres no es un “privilegio” que no acarree al tiempo dominación. Sobre ellos recaen también expectativas de género que los encadena a identificarse con rasgos como la violencia, “la insensibilidad” y la fuerza, razón por la que, por ejemplo, no pueden expresar sus emociones, son los que más muertos ponen en las guerras, prestan servicio militar, se les dificulta conseguir un trabajo si no tienen libreta, o protagonizan fenómenos asociados a la desigualdad y la pobreza generada por el capitalismo como la delincuencia, ocupando mayoritariamente las cárceles. Por esta razón, vale la pena analizar las condiciones de opresión-“privilegio” que genera para los hombres el patriarcado capitalista, las expectativas de género que construye alrededor de ellos, para, desde allí, crear una alternativa a través de la perspectiva de las masculinidades para la emancipación.

  1. De nuevo en los límites de Marx

Para Marx en El Capital, un bien, que representa un valor de uso, encierra valor en la medida en que es materialización de trabajo humano abstracto. Este trabajo humano que lo compone, o sustancia creadora de valor, se mide por el tiempo de su duración. Pero no cualquier tiempo, sino el tiempo socialmente necesario de producción de dicho bien. En palabras de Marx, “tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad”[18].

En conexión con lo anterior, para Marx los trabajos útiles o las actividades productivas implican fisiológicamente, como funciones del organismo humano, un “gasto esencial de cerebro humano, de nervios, músculos, sentidos, etc.”. Dentro de esto, la fuerza de trabajo, mercancía que el capitalista encuentra disponible en el mercado, tiene la cualidad de ser fuente de valor al consumirse. Así, se entiende por fuerza de trabajo “el conjunto de las condiciones físicas y espirituales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viviente de un hombre y que éste pone en acción al producir valores de uso de cualquier clase”[19].

De esta forma, como pasa con todas las mercancías, el valor de la fuerza de trabajo lo determina el tiempo socialmente necesario para su producción y su reproducción. “Por tanto, el tiempo de trabajo necesario para producir la fuerza de trabajo viene a reducirse al tiempo de trabajo necesario para la producción de estos medios de vida; o lo que es lo mismo, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar la subsistencia de su poseedor”[20]. En consecuencia, la producción de la fuerza de trabajo incluye su conservación y su reproducción, lo cual abarca los gastos en su educación y los medios de vida de sus sustitutos (de sus hijos e hijas), variando esto según las condiciones históricas y culturales de cada país. Aquí se confirma lo que ya se había evidenciado con Federici, que Marx no da cuenta del trabajo específico de reproducción que requiere la producción de la fuerza de trabajo y, de esta forma, deja saldado el asunto con la producción de mercancías.

Teniendo en cuenta lo anterior, la explotación capitalista consiste en que en una parte del tiempo en la que trabaja el obrero, este produce el valor de su fuerza de trabajo, mientras que en el resto del tiempo por el que es contratado, produce un valor no retribuido que se queda el dueño de los medios de producción. La parte de la jornada de trabajo en la que el obrero crea el valor correspondiente a su reproducción, Marx la denomina tiempo de trabajo necesario que suele ser el trabajo pagado. La otra parte del proceso de producción en la que el obrero crea la plusvalía o valor ajeno apropiado por el capitalista y, por lo tanto, despliega un trabajo excedente, Marx la denomina tiempo de trabajo excedente[21].

Volviendo sobre los aportes del feminismo al marxismo, recogiendo lo planteado por la TRS y parándose desde un punto de vista feminista marxista, se podría afirmar que el trabajo de reproducción ejecutado principalmente en el hogar por mujeres debido al patriarcado, como trabajo productivo, es tiempo de trabajo necesario no reconocido y no retribuido. Es toda una parte de la explotación que se oculta (a lo que contribuye que no se realice en el lugar de producción formal) y que no se retribuye en el salario, pero sin la cual el obrero no podría reponerse para ir a trabajar día a día. En conclusión, como tiempo de trabajo necesario que no es reconocido ni retribuido, hipotéticamente se podría afirmar que es valor que se embolsilla el capitalista como plusvalía. Debido a esto, cuando una mujer desarrolla un trabajo formal y el trabajo de la casa, se puede afirmar que es doblemente explotada. Es por ello por lo que el capitalismo necesita del patriarcado, de la familia y de la heterosexualidad como hegemonía, pues esto es profundamente funcional e indispensable para el proceso insaciable de valorización del capital y acumulación de riqueza.

  1. En perspectiva

En perspectiva, resulta definitivo comprender que todos los seres humanos nacidos en este tiempo son socializados en el patriarcado capitalista, por lo tanto, esta cultura y realidad hacen parte de su personalidad. Es decir, como el capitalismo, el patriarcado no es una decisión individual, pero sí su combate. De esta forma, aunque todas y todos llevamos el patriarcado adentro, nuestra pretensión es impulsar un cambio individual y colectivo que implica un proceso de educación y de acción política transformadora, que sí, parte de entender, rechazar y transformar al máximo nuestros comportamientos para contradecir y combatir el patriarcado en la práctica y la cotidianidad, pero que, necesariamente, debe llevar al derrocamiento del capitalismo y a una reorganización de la producción y reproducción de la sociedad sobre la base de abolir la explotación, la dominación sexual y reproductiva, la imposición de roles y estereotipos de género y la subordinación entre ellos.

En ese sentido, el proyecto del Partido es revolucionario y recoge la premisa gramsciana que señala que toda reforma cultural y moral se concreta como reforma económica, es decir, como totalidad transformadora. Por lo tanto, nuestro proyecto no es cambiar el patriarcado por un matriarcado, sino transformar de fondo la sociedad vigente para construir una realidad en donde no haya explotación ni clases sociales, en la que la existencia de géneros y sus expresiones no impliquen un factor de dominación y donde se pueda realizar plenamente la libertad sexual y reproductiva.

En esa medida, el Partido debe ser una escuela en la que sus militantes, venidos de la realidad que se aspira a transformar, desarrollen el proceso que implica entender y combatir el capitalismo y el patriarcado con tal de que consigan actuar individual y colectivamente de manera consecuente. Por ello, para realizarse como espacio seguro, debe actualizarse internamente para formar en el feminismo y sancionar y expulsar el patriarcado de sus filas, organizándose de manera libertaria para materializar la igualdad en su seno, sin caer en el idealismo de convertir al Partido en un ente hermético y aislado de la realidad capitalista y patriarcal en la que se desenvuelve y contra la cual lucha. En el mismo sentido, tiene que desarrollarse ideológica, investigativa, programática y políticamente, para seguir fortaleciendo el movimiento de mujeres y todos los frentes de trabajo, definiendo claramente qué transformaciones se deben impulsar dentro del Proyecto Democrático Nacional y la revolución socialista en función de abolir el patriarcado.

Todo este proceso, que ya ha iniciado con pasos significativos de manera planificada y a fuerza de hechos, tiene que concretarse. Por lo mismo, representa un reto para las discusiones y proyecciones que salgan de nuestra conferencia programática y de estatutos, y de nuestro próximo XXIII Congreso. Constituye así un elemento fundamental en la reconstrucción y actualización que el Partido está realizando para recuperar su papel en la vida nacional y, de esta forma, servir de la manera más potente a la revolución en Colombia.

  Bibliografía  

  1. Silvia Federici, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (Madrid: Traficantes de Sueños, 2018).
  2. Tithi Bhattacharya, “Cómo explicar la violencia de género en la era del neoliberalismo”, sinpermiso, Web. Ene. 25, 2014. Consultado Jun. 22, 2021. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/sites/default/files/textos//7tithi.pdf.
  3. Carlos Marx, El Capital I. Crítica de la economía política (México: Fondo de Cultura Económica, 1999).

[1] Silvia Federici, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (Madrid: Traficantes de Sueños, 2018).

[2] Tithi Bhattacharya, “Cómo explicar la violencia de género en la era del neoliberalismo”, sinpermiso, Web. Ene. 25, 2014. Consultado Jun. 22, 2021. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/sites/default/files/textos//7tithi.pdf.

[3] Con relación a este tema se recomienda consultar: Wendy Z. Goldman, La mujer, el Estado y la revolución (Buenos Aires, ediciones IPS, 2010).

[4] Federici, El patriarcado del salario, 11 y 22.

[5] Bhattacharya, “Cómo explicar la violencia”, 2.

[6] Federici, El patriarcado del salario, 11-13.

[7] Para este aparte consultar: Federici, El patriarcado del salario, 13-16.

[8] Para este aparte consultar: Federici, El patriarcado del salario, 16-17.

[9] Las expresiones de género hacen referencia a manifestaciones con las que se reafirma una identidad de género: la forma de vestir, comportamientos, etc.

[10] En este artículo se optó por una concepción ampliada de lo que se puede entender por TRS. Sin embargo, cabe advertir que, dentro de esta, hay debates determinantes sobre el significado de la reproducción social, como el reseñado por Paula Varela entre “autonomistas”, dentro de las que destaca a Federici, y “marxistas”, dentro de las que destaca a Bhattacharya. Para esto consultar: Paula Varela, “La reproducción social en disputa: un debate entre autonomistas y marxistas”, Archivos 16 (2020): 71-92.

[11] Federici, El patriarcado del salario, 18-19.

[12] Bhattacharya, “Cómo explicar la violencia”, 3-4.

[13] Dentro de la TRS cabe resaltar con Bhattacharya los aportes que han realizado marxistas como Lise Vogel, Martha Giménez, Johanna Brenner y, posteriormente, Susan Ferguson y David McNally. Para esto revisar: Tithi Bhattacharya, “¿Qué es la teoría de la reproducción social?”, Marxismo Crítico, Web. Sep. 18, 2018. Consultado Jun. 22, 2021. Disponible en: https://marxismocritico.com/2018/09/18/que-es-la-teoria-de-la-reproduccion-social/.

[14] Bhattacharya, “Cómo explicar la violencia”, 1-2 y 4.

[15] Federici, El patriarcado del salario, 20-21.

[16] Para este aparte consultar: Bhattacharya, “Cómo explicar la violencia”, 4-8 y 11-13.

[17] Acá es necesario advertir que también se puede interpretar en Bhattacharya una lectura que iguala industrialización con la entrada irreversible de las mujeres a la fábrica y a la economía formal, obviando el momento histórico caracterizado por Federici como el “patriarcado del salario”. Sin embargo, en el presente artículo se armonizaron las perspectivas para conformar un relato histórico coherente y holístico, recogiendo a Federici en la época del predominio de la familia proletaria nuclear y a Bhattacharya para exponer las particularidades del patriarcado en el neoliberalismo.

[18] Carlos Marx, El Capital I. Crítica de la economía política (México: Fondo de Cultura Económica, 1999) 6-7.

[19] Marx, El Capital I, 121.

[20] Marx, El Capital I, 124.

[21] Marx, El Capital I, 164 y 452.