Las revoluciones proletarias […] se entregan constantemente a la autocrítica e interrumpen en reiteradas ocasiones su propio curso. Vuelven a lo que en apariencia ya se ha consumado para comenzar una vez más la tarea. Con inmisericorde exhaustividad, se burlan de los aspectos inadecuados, débiles y lamentables de sus primeros intentos; aunque parecen dar por tierra con su adversario, no hacen sino dejarlo cobrar nuevas fuerzas y volver a levantarse frente a ellas, más colosal que nunca; retroceden una y otra vez frente a la inmensidad indeterminada de sus propias metas.
Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852).
Felipe Ramírez
X: @FelipeRamirez_Q
Hace unas semanas, tras conversar con unas camaradas sobre las tareas de la militancia, surgió la pregunta: ¿viviremos para hacer la revolución? Tras un breve silencio, coincidimos: nos preocupaba que, ya finalizada nuestra juventud, pues todas nos encontrábamos rodeando los 30 años, fuese más difícil vivir una experiencia revolucionaria.
Recurrimos a la memoria para recordar la edad de las grandes revolucionarias realizando sus gestas insurreccionales, desde los más jóvenes como el Che y Fidel, quienes apenas sobrepasaban los 30 años, seguidos por Lenin y Trotski llegando a los 40, Kollontai y Krúpskaya con casi 50 años, finalizando por los mayores, Mao Tse-Tung y Ho Chí Minh, que, con su victoria en Asia, cimentaron la forma anticolonial del comunismo.
Reflexionamos: “No hay lugar a la preocupación; quizá estemos sobre el tiempo para repetir la hazaña de Fidel y el Che, pero bien podríamos tener la edad de las bolcheviques”, aunque: “lo mejor sería hacerla más jóvenes, para vivir más tiempo la revolución, pues no sería tan divertido que nos ocurriese lo mismo que Lenin, quien vivió apenas unos años después del triunfo, o la de Ho Chí, pues murió antes de ver la victoria vietnamita sobre los gringos”.
Las representaciones que tenemos sobre las revoluciones están fuertemente atadas a las insurrecciones de masas y la lucha armada: fueron los casos de la primera ola del “Atlántico revolucionario”[1], con los Sans-culottes tomando la Bastilla y guillotinado la monarquía (1789-1794); o con los jacobinos negros y su violencia regeneradora contra el colonialismo europeo (1804). También de la segunda ola marcada por las guerras civiles y barricadas de las revoluciones europeas en 1848, la rebelión de Taiping en la China imperial (1850-1864) y la Comuna de París (1871); la tercera ola de las revoluciones del siglo XX, tan diversas como fragmentadas: Rusia (1905 y 1917), luchas armadas y guerrillas como en: México (1911-1917), China (1949), Vietnam (1954-1975), Cuba (1958) y Nicaragua (1979), además de las revoluciones anticoloniales en África con Argelia (1954-1962), Libia (1969), Etiopía (1974), Angola y Mozambique (1975)[2].
La imagen típica que se viene a la cabeza de estas representaciones esta dada por el asalto del palacio de invierno, inmortalizada en la película Octubre de Eisenstein, y para jóvenes revolucionarias latinoamericanas, ocupa un lugar igual de importante la llegada de Fidel a La Habana el 01 de enero de 1959. Esta imagen de la revolución como un estallido de violencia, se encuentra en un pasaje de Mao, canonizado así:
Una revolución no es una cena, la escritura de un ensayo, la pintura de un cuadro o la confección de un bordado; no puede ser tan refinada, tan pausada y amable, tan moderada, atenta, cortés, contenida y magnánima. Una revolución es una insurrección, un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra[3].
No obstante, estas representaciones parecen difíciles de replicar en tiempos de guerras híbridas, misiles hipersónicos, drones e inteligencia artificial.
Marx asevera que “las revoluciones son las locomotoras de la historia”. Más que un tropo literario, se trata del imaginario decimonónico de su época. Las revoluciones eran apreciadas como un momento extraordinario de aceleración del cambio histórico y político, de la misma forma que la expansión de la red ferroviaria era concebida como un proceso de modernización que daba al traste con la “haraganería más indolente” y con “todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas”.[4]
Desde esta perspectiva, con fuertes rasgos teleológicos, la industrialización y la ampliación de las redes de comunicación, transportarían, como en los rieles prefijados de un ferrocarril, a la sociedad hacia un modo de producción más avanzado: el socialismo. “La revolución es un precipitarse hacia el progreso”.[5]
En esta misma línea, los bolcheviques reprodujeron de forma apodíctica este paradigma occidentalizador. Bajo la guerra civil rusa que estalló posterior a la toma del poder por parte de los soviets, Trotski definía los trenes como un “cuartel general del Estado Mayor sobre ruedas”[6], por su parte, Lenin exhortaba a sus camaradas “pon la locomotora a toda velocidad y mantenla en los rieles”[7] ya que “sin ferrocarriles no solo no habrá socialismo, sino que todo el mundo moriría de hambre como los perros”.[8] La revolución viaja en tren en el imaginario construido de las experiencias revolucionarias del siglo XIX y del primer cuarto del siglo XX.
Desde otra perspectiva, Walter Benjamin invirtió la metáfora de Marx. Aniquilando la idea de progreso[9], este marxista heterodoxo presenció el auge del fascismo y el avance de la tecnología para el exterminio de la humanidad. El progreso había desembocado en una guerra apocalíptica. En sus paralipómenos a sus tesis sobre el conceto de la historia escribía: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero quizá las cosas seas bastante distintas. Quizá las revoluciones sean un intento de los pasajeros de ese tren –a saber, la raza humana- de activar el freno de emergencia”.[10]
En otras palabras, “la historia corre hacia la catástrofe. Ese es su telos secreto. La revolución no es una locomotora rugiente que lleva a la civilización hacia adelante; es más bien una acción consciente para detener la trágica carrera de ese tren antes de que llegue a su destino”.[11] La revolución entonces no es el cumplimiento de una lógica progreso, sino la ruptura del tiempo histórico lineal, la revolución construye un nuevo tiempo.
Las revoluciones son una mezcla de representaciones y experiencias concretas: lucha armada e insurrecciones, locomotoras de la historia y freno de emergencia.
La revolución es cuando las mayorías se sienten protagonistas de su historia. La revolución detiene la historia y permite que se escriba otra, pero esta vez quienes sostiene la pluma no son los poseedores, explotadores y aristócratas; el apático, cabizbajo y humilde se hacen dioses de su propia vida. El destino deja de estar prefijado por una minoría de tecnócratas y billonarios; las clases subalternas dejan de lado su posición de espectadores y deciden sobre su propio destino.
Presenciamos una turbulencia global: guerras, catástrofes ambientales y crisis climáticas que se extienden geométricamente por el mundo como aritméticamente crecen las ganancias de los capitalistas. “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos” nos dice Gramsci; precisamente en este momento liminal es donde las y los revolucionarios debemos hacer una interpretación amplia de las revoluciones, de esta forma evitaremos caer en desesperanzas y melancolía.
La actual crisis civilizatoria produce un interregno: en donde los discursos de reacción melancólica que buscan salvarnos y alivianar los horrores del capitalismo venden la idea de una “edad dorada” a la cual deberíamos volver para sanar esa herida que produce este sistema de explotación. Como dice la profesora Clara Ramas “Estos melancólicos nos hacen creer que, si encuentras una patria, un dios o una familia, se cierra tu herida”[12]. Por otro lado, se abre la oportunidad para las juventudes, pues las masas muestran su disposición a escuchar a esa minoría de intelectuales revolucionarios que somos las comunistas.
La sociedad burguesa en su lógica enfermiza de acumulación tiene al mundo al borde del colapso, con tal de continuar produciendo mercancías es capaz de acabar el planeta mismo, y de paso, la humanidad. Allí tenemos un desafió las juventudes, asumir un rol revolucionario que integre paciencia, perseverancia y audacia política. Esta triada permitirá enfrentar con toda la seriedad y compromiso que se requiere los desafíos de un mundo que se cae a pedazos.
La sociedad es un macizo, una roca inconmovible que se moldea por las altas temperaturas y presiones que genera el fuego volcánico de la revolución; esta lava puede escurrir creando nuevos paisajes y nutriendo los suelos con todo tipo de minerales, o enfriarse frente al mar.
La cosa suena seria, e irremediablemente lo es. Si interiorizamos que las revoluciones son antes que nada “la entrada contundente de las masas al terreno de la autoridad sobre su propio destino”[13] veremos que la revolución es una potencialidad y una posibilidad concreta, que la risa y el llanto, la desesperación y esperanza, los humores, las pasiones y sentimientos de las masas en acción merecen una atención detallada por las y los revolucionarios, debemos aplicar la máxima de “corazones abiertos y oídos receptivos” para responder a las expectativas de las mujeres, juventudes, diversidades sexuales, campesinas, comunidades étnicas, etc. Aplicando la máxima que Piero canonizaba en unas de sus canciones “para el pueblo lo que es del pueblo, porque el pueblo se lo ganó, para el pueblo lo que es del pueblo, para el pueblo liberación”[14].
Dice Lenin que las revoluciones son “el festival de los oprimidos y explotados”[15], seguramente de él, Bateman se inspiró para afirmar que “la revolución es una fiesta”. Quizá esta representación podría fortalecer el principio esperanza que debe guiar a las y los revolucionarios.
La política es el monopolio de las esperanzas dice Álvaro García Linera; es precisamente está la conclusión a la que llegábamos con la pregunta que abría esta reflexión. La esperanza y la fe son dos cosas distintas, pues la primera esta guiada por la praxis, las revoluciones no caen como rayo en cielo sereno, las revoluciones no se hacen, se organizan, dice Lenin.
Ahora, semanas después de esa conversación que rondaba mi cabeza y constipaba el pecho, escribo este texto no como respuesta, sino como gestión de la mayor preocupación que puede tener un joven, a saber, si vivirá una revolución. Es momento de utilizar la alegría y toda la energía en construir otros mundos. El capitalismo y el patriarcado son sistemas caducos que fracasaron estruendosamente; el futuro de la humanidad necesariamente pasa por una revolución.
El capital impone una razón disciplinaria, hiperproductiva e instrumental del tiempo; se trata de un tiempo cuantitativo, racionalizado, homogéneo, lineal y estandarizado[16]: “el tiempo es oro” reza el adagio popular. No es de extrañar que vivamos en la época del burnout[17]. La acción revolucionaria será la irrupción de un tiempo cualitativo que “hace estallar el continuo de la historia”[18]; con la revolución la vida será tiempo libre para el arte y la lectura; como decía Marcuse:
La libertad es vivir sin agotarse en el trabajo, sin angustia: el juego de las facultades humanas. La realización de la libertad es un problema de tiempo: reducción de la jornada laboral al mínimo que transforma la cantidad en calidad. Una sociedad socialista es una sociedad en la que el tiempo libre y no el tiempo de trabajo es la medida social de la riqueza y la dimensión de la existencia individual.[19]
Con el triunfo de la revolución habrá más tiempo para besos y abracitos con nuestros seres queridos, el tiempo de trabajo cederá terreno al tiempo para la amistad y el amor, después de todo, “el amor es la certeza de la vida. Es la sensación de la inmortalidad” como dice Bateman.
Poco antes de publicar esta reflexión, conversando con una amiga sobre la necesidad de la “revolución” y apropósito del asesinato de Rosa Luxemburgo, que por esos días se conmemoraba, ella me preguntaba: “¿si la revolución se hiciese a condición de que murieras en ella, estarías dispuesto dar tu vida?”; sin pensarlo un instante asentí con mi cabeza, para luego justificar mi gesto con un “¡por supuesto!, moriría por una causa tan grande como la revolución”. No obstante, mientras releo este escrito y doy sus últimas correcciones estilísticas, pensé que precisamente esa idea de asimilar la revolución con la muerte es una representación que no quería reproducir, que no tiene cabida para las nuevas generaciones de jóvenes revolucionarias. La política de la muerte es el capitalismo. Un triunfo de la sociedad burguesa es que constantemente estemos pensando en la muerte, pues no encontramos refugio en una vida mísera y triste. La revolución necesita de la vida, solo viviendo alegremente podremos construir el futuro que tanto añoramos. No se trata de morir por la revolución, sino más valioso aún, vivir por ella. Como diría el camarada Hernando González Acosta: “Nadie piensa en la muerte, cuando la vida es un torrente de alegría”
Para terminar, creo que las palabras de Traverso apaciguan la incertidumbre que constantemente deambula por nuestros corazones: la revolución “no es un inevitable final feliz sino una posibilidad remota, una probabilidad a la que debe apostarse sin ningún resultado previsible”.[20]
[1] Osterhammel, Jürgen. La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX. Barcelona, Crítica, 2015.
[2] Traverso, Enzo. Revolución. Una Historia intelectual. México, Fondo de Cultura Económica, 2022.
[3] Tse-Tsung, Mao. “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junan”, en Obras escogidas de Mao Tsé-tung, Pekín, vol. 1, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968.
[4] Marx, Karl, y Engels, Friedrich. Manifiesto Comunista. Buenos Aires, Siglo XXI, 2017.
[5] Traverso, Enzo. Revolución. Una Historia intelectual, op. cit.
[6] Trotski, León. Mi vida. Memorias de un revolucionario permanente. Barcelona, Debate, 2006.
[7] Lenin, Vladímir I. en Miéville, China. Octubre. La historia de la revolución rusa. Madrid, Akal, 2017.
[8] Lenin, Vladímir I. “Reunión del CEC de toda Rusia”, 2, “Palabras finales del informe sobre las tareas inmediatas de poder soviético” en Obras completas. Vol. 29, Madrid, Akal, 1978.
[9] Benjamin, Walter. Libro de los pasajes. Madrid, Akal, 2005.
[10] Benjamin, Walter. “Paralipómenos y variantes de las “Tesis sobre el concepto de historia””, en Escritos franceses. Buenos Aires, Amorrortu, 2012.
[11] Traverso, Enzo. Revolución. Una Historia intelectual, op. cit.
[12] Miguel, Clara Ramas San. 17 de septiembre de 2024, https://ethic.es/2024/09/entrevista-clara-ramas/
[13] Trotski, León. Historia de la Revolución Rusa. Madrid, Veintisiete Letras, 2007.
[14] De Benedictis Scigliuzzo, Piero. Para el Pueblo lo que es del Pueblo. Estudios RCA, 1973, https://www.youtube.com/watch?v=uRuFnKAntJk
[15] Lenin, Vladímir I. “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática” en Textos escogidos. China, Ocean Sur, 2016.
[16] Traverso, Enzo. Revolución. Una Historia intelectual, op. cit.
[17] Actas
Oficios y listados de asistencia
Radicados, firmas y correos.
Chamba, camello, laburo
Agotamiento, cansancio y esfuerzo
Tripalium
Instrumento de tortura
Madrugo, todo el día, todos los días
Trasnocho, toda la noche, todas las noches
¿Para qué?
Dinero-Mercancía-Dinero´
Brazos y piernas
Cabeza y manos
Desmembrados por la jornada
Sin descanso, sin vida.
(Felipe Ramírez, Trabajo)
[18] Benjamin, Walter. “Sobre el concepto de historia” en Obras, libro 1, vol.2. Madrid, Abada, 2008.
[19] Marcuse, Herbert. “Prefacio” en Raya Dunayevskaya, Marxismo y Libertad. Desde 1776 hasta nuestros días. México, Fontamara, 2007.
[20] Traverso, Enzo. Revolución. Una Historia intelectual, op. cit.