Sebastián Cristancho
En el presente texto se tiene como objetivo realizar un análisis de algunas de las ideas de uno de los marxistas más destacados teóricamente y, por lo tanto, actuales desde su pensamiento. Henri Lefebvre, filósofo francés, vivió casi todo el siglo XX (16 de junio de 1901 – 29 de junio de 1991), militó polémicamente en el Partido Comunista Francés, y es uno de los teóricos que Adolfo Sánchez Vázquez en su texto “La filosofía de la praxis” (1997) destaca, hizo parte de la reconquista y la reconstrucción del marxismo, en cierto grado como filosofía de la praxis y más que todo desde los años sesenta, en una lucha desigual contra la doctrina institucionalizada del “Dia-mat” soviético que mantuvo su dominio hasta el derrumbe del “socialismo real” en 1989.
Con tal motivo, en este escrito se realizará un recuento de las principales ideas expuestas por Lefebvre en su libro “El derecho a la ciudad” publicado en 1969, con la pretensión de poder discutir la actualidad de su pensamiento sobre la ciudad moderna, el urbanismo, y del socialismo como planificación de la producción bajo la pauta de las necesidades de la sociedad urbana.
La ciudad moderna
El autor en su libro nos plantea que la urbanización y la ciudad modernas se deben entender como producto de la industrialización. Haciendo una analogía, afirma que las ciudades como el taller permiten la concentración de medios de producción y de mano de obra en un espacio limitado para la ejecución de capitales. Por tal motivo, expone que en el contexto capitalista se puede evidenciar un choque sobresaliente entre la realidad urbana u obra y la realidad industrial o aglomeración o producto. Nos advierte que es necesario diferenciar entre hábitat y habitar, en otras palabras, entre el lugar donde se aloja y el lugar donde se vive, es por ello que en la modernidad, incluso puede haber urbanización desurbanizada. En resumen, la tesis principal de Lefebvre es que con el desarrollo del doble fenómeno de industrialización-urbanización, se sumó a la sociedad una nueva contradicción ligada al crecimiento cuantitativo del espacio sin un respectivo crecimiento cualitativo adecuado.
El ecosistema urbano, nos dice el autor, genera maneras de vivir, cotidianidades, racionalidades y necesidades, que incluso penetran al campo en la modernidad, a esas islas de ruralidad que quedan en medio de las mallas de tejido urbano en expansión, lo cual intensifica la relación urbanidad-ruralidad. Este proceso de crecimiento de la urbanización por medio de la industrialización, produce un efecto de implosión y explosión de la ciudad tradicional, que se acompaña de una crisis de la agricultura y de la vida campesina tradicional, en esa medida, la contradicción campo-ciudad bajo el tejido urbano expandido se transforma en oposición tejido urbano-centralidad. En dicha metamorfosis, los “núcleos urbanos” (en nuestro caso, por ejemplo, la Candelaria en Bogotá) se acoplan como lugares de consumo y consumo de lugares, los antiguos centros entran concretamente en el valor de cambio sin perder valor de uso, y la ciudad pasa a hacer las veces también de lugar de gran comercio y crea, por ejemplo, el centro comercial como espacio cada vez más frecuente de encuentro alrededor del valor de cambio.
Inclusive, expone Lefebvre, la naturaleza y el campo entran dentro del ocio como forma de dejar atrás las ciudades-aglomeración (o producto), mercantilizándose también esta relación (como turismo por ejemplo), y muchas veces nublando otras posibilidades de desarrollo de lo urbano y la ciudad con el alegato del derecho a la naturaleza, entendido este último como escape. Así, en la ciudad moderna como resultado del doble proceso de industrialización y urbanización, se generaliza el valor de cambio configurando este, de forma determinante, la espacialidad y las relaciones sociales que se crean.
Asimismo, lo urbano y la ciudad se vuelven centro de lo administrativo y del poder, y centros productores de cultura. Se crean instituciones salidas de las relaciones de clase y de propiedad, donde el Estado ayuda a la burguesía a dirigir el proceso. Es de esta manera que la ciudad moderna, agrupando los centros de decisión, intensifica, organizándola, la explotación de la sociedad entera, por lo tanto, la ciudad interviene en la producción.
El urbanismo como praxis
Lefebvre nos indica que en el proceso de urbanización y edificación de la ciudad moderna, intervienen activa y voluntariamente clases o fracciones de clases dirigentes que poseen el capital y que controlan su empleo económico y las inversiones productivas, así como dominan a la sociedad entera por medio de la inversión de una parte de la riqueza producida, en la cultura y en el arte; clases dirigentes que tienen al frente (o tienen que enfrentar) a la clase obrera dividida también en fracciones según ramas de industria y tradiciones locales y nacionales. Por lo tanto, la urbanización y la ciudad moderna, aunque es el resultado final de acciones concertadas pero polarizadas en sus objetivos, tienen un carácter de clase en su interior, dado por el peso del toque de las clases dominantes.
“La consideración de la ciudad como obra de determinados agentes históricos y sociales nos lleva a una cuidadosa distinción entre acción y resultados, grupo (o grupos) y su producto, lo que no implica su separación. No hay obra sin sucesión regulada de actos y acciones, de decisiones y conductas, sin mensajes y sin código. No hay obra tampoco sin cosas, sin una materia a modelar, sin una realidad práctico-sensible, sin un espacio, sin una naturaleza, sin campo y sin medio. Las relaciones sociales se logran a partir de lo sensible…” (pág. 67). Por consiguiente, el autor nos sugiere una distinción entre la ciudad como el dato practico-sensible, y lo urbano como las relaciones sociales que se generan, entendidos ambos elementos bajo la unidad dialéctica que concretan.
Por lo anterior, se deduce que la vida urbana supone encuentros y enfrentamientos de diferencias, conocimientos y reconocimientos (en lo que se incluye la confrontación política e ideológica), maneras de vivir, en últimas, diferentes factores que coexisten en la ciudad. Así, si bien las ciudades han estado marcadas por agentes locales, también han estado signadas por la lucha de clases y las ideologías. Partiendo de lo descrito, es que finalmente el autor define la reflexión urbanística como aquella que se ha elaborado (o debe elaborarse) para realizar racionalmente los procesos de urbanización y construcción de ciudades, por lo cual, se podría afirmar que Lefebvre ve el urbanismo (o al menos lo sugiere) como un tipo de praxis específica.
Contradicción entre valor de uso y valor de cambio
La ciudad, entendida desde el punto de vista del autor como un todo orgánico, manifiesta una contracción entre “valor de uso (la ciudad y la vida urbana, el tiempo urbano) y valor de cambio (los espacios comprados y vendidos, la consumición de productos, bienes, lugares y signos)…” (pág. 45). Para Lefebvre la ciudad, producto de la acción humana, es una obra más cercana a la obra de arte que al simple producto material. Esta obra (las relaciones sociales que se generan en ella) realizada por personas y grupos determinados enmarcados en condiciones históricas, se debe entender como producción y reproducción de seres humanos por seres humanos, más que producción de objetos. Visto así (como obra más que como producto), para el autor es deseada una “realidad urbana en la que el uso (el goce, la belleza, el respeto a los lugares significativos) predomina todavía sobre el lucro y el beneficio, sobre el valor de cambio, los mercados y sus exigencias y presiones” (pág. 65).
Incluyendo Lefebvre en su libro algunas anotaciones metodológicas y de método específicas para el estudio y el entendimiento de la ciudad, se concentra en insistir en el doble proceso de industrialización y urbanización que da origen a la ciudad moderna en expansión, la cual se constituye sobre las ruinas de la ciudad tradicional, desposeyendo de sus elementos tradicionales a la vida campesina y atacando al campo (disolviéndolo), en beneficio de los centros urbanos, ya sean estos comerciales e industriales, retículos de distribución, centros de decisión, etc. Finalmente, la ciudad que emerge, afirma el autor, se acomoda a la empresa industrial, se vuelve un engranaje de la planificación, un dispositivo material que organiza la producción, controla la vida cotidiana de los productores y el consumo de los productos.
La lucha de clases al ser creadora de obras y de relaciones nuevas, se desenvuelve en la ciudad moderna, esta última llevada a una crisis por el dominio de una racionalidad estática y burocrática, economicista, propia del periodo histórico que se despliega determinantemente bajo la lógica de la acumulación de capital. En medio de ello, “los habitantes…reconstruyen centros, utilizan lugares para restituir los encuentros, aun irrisorios. El uso (el valor de uso) de los lugares, de los monumentos, de las diferencias, escapa a las exigencias del cambio, del valor de cambio…Lo urbano, al mismo tiempo que lugar de encuentro, convergencia de comunicaciones e informaciones, se convierte en lo que siempre fue: lugar de deseo, desequilibrio permanente, sede de disolución de normalidades y presiones, momento de lo lúdico y lo imprevisible…De esta situación nace la contradicción crítica: tendencia a la destrucción de la ciudad, tendencia a la intensificación de lo urbano y a la problemática urbana” (pág. 100 y 101).
Lefebvre señala que este planteamiento del problema urbano como consecuencia de la industrialización fue el que se le escapó a Marx, y fue el que Engels planteó solo desde el punto de vista del alojamiento. No se evidenció, de esta manera, cómo el reino del valor de cambio se apropia de la configuración urbana; cómo el Estado y la empresa aspiran a acaparar las funciones urbanas, desatando una crisis de la ciudad que va aparejada de una crisis de las instituciones, de la jurisdicción y la administración urbana. Muestra de ello, desde nuestra realidad actual, podría ser el dominio del capital financiero sobre la acción urbanística a escala planetaria, como poder permanente en esta dimensión, por encima de (o en coordinación con) cualquier gobierno político y sus respectivas instituciones.
Asimismo, parte de esta racionalidad que irrumpe con la ciudad moderna, ha entendido a esta desde su fragmentación (incluso desde disciplinas parciales) y ha llevado a su planificación desde este punto de vista. Por lo cual, la fragmentación de la vida predomina y se profundiza: en un lugar se duerme, en otro se trabaja, en otro se estudia y en otro se disfruta. La suma de elementos es la ciudad, y no la ciudad como totalidad. Dicha realidad debe condicionar una praxis con alternativa, desde la oposición entre los incluidos y los excluidos, desde los marginados de la ciudad que, a opinión del autor, pueden aspirar a una nueva constitución de lo urbano. Al respecto de dicha oposición, el autor referencia a Nueva York como la nueva Atenas, la cual es disfrutada por los ciudadanos libres que por filósofos tienen a los sociólogos.
En síntesis, el autor nos plantea: “¿Podrá la vida urbana recobrar e intensificar las casi desaparecidas capacidades de integración y participación de la ciudad, que no son estimulables ni por vía autoritaria, ni por prescripción administrativa, ni por intervención de especialistas?…para la clase obrera, víctima de la segregación, expulsada de la ciudad tradicional, privada de la vida urbana actual o posible, se plantea un problema práctico y por tanto político” (pág. 122). Y siguiendo con lo postulado, cuestiona: ¿La apropiación de lo actual es suficiente o hay que crear algo más profundo para conseguir el objetivo trazado?. Ante la ciudad históricamente formada que se deja de vivir y de aprender prácticamente, y que queda solamente como objeto del turismo y del esteticismo, Lefebvre demanda lugares cualificados, de simultaneidad y encuentros, donde el cambio suplantaría al valor de cambio. En este punto, de forma radical afirma, no se puede dar marcha atrás hacia la ciudad tradicional ni mucho menos huir hacia adelante en dirección a la aglomeración colosal e informe, es necesario, por lo tanto, y como superación, construir un hombre urbano nuevo.
El derecho a la ciudad
La creación de una ciudad nueva por parte de un hombre urbano nuevo (como proceso), debe ser parte de ejercicios mentales como la transducción y la utopía experimental, bajo el entendido de que la academia alumbra pero la obra es producto de las personas. “Solo grupos, clases o fracciones de clases sociales capaces de iniciativas revolucionarias pueden tomar en cuenta y llevar hasta su plena realización las soluciones a los problemas urbanos; la ciudad renovada será la obra de estas fuerzas sociales y políticas” (pág. 132). Estas acciones no pueden dejar de contar con la clase obrera, quien es capaz de poner fin a la segregación dirigida esencialmente contra ella, en la oposición creada entre ciudad de disfrute y ciudad de los excluidos. “Esto no quiere decir que la clase obrera vaya por sí sola a hacer la sociedad urbana, sino que sin ella nada es posible” (pág. 133).
De esta forma, se podría afirmar que Lefebvre sugiere que el urbanismo como praxis necesita ir cultivando su experiencia, en la que es imprescindible ir concretando un programa político y edificando un sujeto, donde el diálogo entre ciencia y fuerzas políticas vayan moldeando la obra producida por la acción social, obra en la cual también debe intervenir determinantemente el arte (lo estético-creador). En últimas, es el proceso que el autor identifica con la lucha y conquista del derecho a la ciudad, entendido este como “el derecho a la vida urbana, transformada, renovada. Poco importa que el tejido urbano encierre el campo y lo que subsiste de vida campesina, con tal que lo urbano, lugar de encuentro, prioridad del valor de uso, inscripción en el espacio de un tiempo promovido al rango de bien supremo entre los bienes, encuentre su base morfológica, su realización práctico-sensible” (pág. 138). Es el derecho que emana de la cotidianidad del explotado y oprimido, la cual encarna la necesidad de la producción de una realidad urbana y ciudad como alternativa.
Dicha visión y sujeto social unitario y del cambio, está enfrentado a la tendencia racional y material dominante de la ciudad moderna a la segregación, fragmentación que dificulta la protesta, dispersando a los que podrían protestar. Sin embargo, la necesidad y el deseo del derecho a la ciudad persisten en la exclusión, representando a su vez la reivindicación de la planificación económica, pero yendo más allá, añorando concretar, desde la óptica de Lefebvre, la planificación social (urbana). Es decir, es establecer el socialismo entendiendo que “en la actualidad, el socialismo solo puede concebirse como producción orientada hacia las necesidades sociales y, por consiguiente, hacia las necesidades de la sociedad urbana” (pág. 150). En consecuencia, es una sociedad donde “el valor de uso, subordinado durante siglos al valor de cambio, puede recuperar el primer cargo…el que la realidad urbana esté destinada a los usuarios y no a los especuladores, a los promotores capitalistas, a los planes de los técnicos…” (pág. 151).
Para Lefebvre la solución fundamental para la ciudad reside en acabar con la separación existente entre cotidianidad y ocio, superando su fragmentación material y la forma parcelada como se vive, reencontrando a las personas, por ejemplo, desde el juego y el deporte. Ello comienza por convertir a la ciudad en obra de sus habitantes. En ese sentido, el derecho a la ciudad vendría siendo, por tanto, “el derecho a la libertad, a la individualización en la socialización, al hábitat y al habitar. El derecho a la obra (a la actividad participante) y el derecho a la apropiación (muy diferente del derecho a la propiedad) están imbricados en el derecho a la ciudad” (pág.159).
Algunas conclusiones o puntos de debate
Con referencia a lo planteado por Lefebvre se podrían esbozar algunos puntos determinantes de su aporte a manera de síntesis, desde los cuales se logra analizar las vigencias y caducidades de su análisis, en relación con nuestra realidad. Así, se puede afirmar que:
1. La ciudad moderna producto del proceso de industrialización-urbanización, se fomenta como un crecimiento cuantitativo del espacio sin un crecimiento cualitativo adecuado del mismo, estallando la morfología tradicional de la ciudad y absorbiendo el contorno agrario. Contradicción que se hace más aguda en los territorios periféricos, como en el caso de América del sur (también señalado por Lefebvre), donde se presenta una masiva extensión de la ciudad y la urbanización cerradas por un contorno de suburbios, con poca industrialización, pero posible por medio de esta entendida como fenómeno histórico mundial desigual dentro del capitalismo como orden global, donde el campesino desposeído (en nuestro caso violentamente) y arruinado por la competencia a escala planetaria y los precios, escapa a las ciudades en busca de mejores condiciones de subsistencia.
2. La ciudad moderna agrupa los centros de decisión, para Lefebvre principalmente la empresa y el Estado, pero para nuestra realidad se suman determinantemente los centros financieros; integrándose la ciudad, de esta manera, a los medios de producción y los dispositivos de explotación y control del trabajo social, desempeñando un papel de ente director de la producción y el consumo en manos de las clases dirigentes pero en disputa con las clases trabajadoras.
3. Para Lefebvre la expansión de la urbanización por parte de la industrialización, hace que la relación urbanidad-ruralidad se intensifique, penetrando y transformándose el campo y la forma de vida campesina en favor de la ciudad moderna. Tanto así, que en remplazo de la anterior, se crea una nueva oposición entre tejido urbano-centralidad. Por ello, para el autor, al campo no le queda otro destino revolucionario que la reforma agraria y la industrialización. Sin embargo, cabe cuestionar hasta dónde esta proyección puede ser real y deseable. Por una parte, aunque la urbanización desaforada sea una tendencia notable en nuestra actualidad (impulsada bajo la lógica desenfrenada de la acumulación de capital), dicha tesis del desplazamiento de la relación urbanidad-ruralidad por la de tejido urbano-centralidad, en gran parte de América Latina, por lo menos en el futuro próximo, es inimaginable. De igual manera, impensable resulta la absorción del campo y de la forma de vida campesina bajo las formas de la ciudad moderna en una buena porción de nuestra parte del continente.
Tal vez esta visión está relacionada más con el entendimiento, hoy insostenible, del desarrollo irrefrenable de las fuerzas productivas, y por lo tanto, del crecimiento infinito de la producción. Hoy bajo el modo de producción capitalista que domina a escala planetaria, esta realidad ha sido cuestionada en la medida que su desenvolvimiento ampliado mina incluso la posibilidad de existencia del ser humano al socavar su base natural, el planeta, contradicción no superable bajo la racionalidad economicista de la modernidad, y por lo mismo, punto determinante en la formulación de un proyecto socialista contemporáneo.
Relacionado con lo anterior, se podría afirmar que, comunidades rurales, indígenas o campesinas, en la América del sur, hoy desempeñan un papel importante desde algunas de sus formas del producir, desde sus concepciones de la vida y la naturaleza y sus relaciones de solidaridad, que como resistencias anticapitalistas pueden insertar sus tradiciones rebeldes resignificándolas desde un proyecto de emancipación que busque el socialismo no solo como planificación de la producción (en el sentido amplio de esta palabra como lo sugiere Lefebvre) con base en las necesidades urbanas, sino con base en las necesidades urbanas y rurales y en armonía entre lo social y la naturaleza.
4. Ni el Estado ni la empresa, ni los centros financieros y demás entes de decisión que la ciudad moderna centraliza bajo la lógica economicista (generalización del valor de cambio), pueden suplir las necesidades sociales de conjunto que surgen en el proceso de industrialización-urbanización. La clase obrera es víctima del estallido de la morfología material antigua de lo urbano y de la segregación en la ciudad moderna, así como de la estrategia de clase que la dirige, condenándola a una cotidianidad y espacialidad de la miseria (expropiada de la ciudad es enviada a alojarse a las periferias).
Sin embargo, aunque en la producción de la ciudad y lo urbano la contradicción de clase es central, no es la única oposición segregadora y excluyente que se genera, se suma a ella múltiples opresiones de género, etarias, étnicas, religiosas, entre otras, que deben hacer parte del proyecto que se define como la superación de dichas contradicciones, al convertir a la ciudad en una obra de sus habitantes y para sus habitantes. De allí que el sujeto urbano transformador hoy no solamente puede conformarse con la clase obrera, como bien lo expone Lefebvre, sino necesariamente debe pensarse y constituirse como un sujeto plural oprimido y explotado dentro de las dinámicas de la ciudad.
5. La ciudad moderna es el resultado de la acción y voluntad de múltiples grupos sociales, diferenciados en sus objetivos, con contradicciones, donde las clases dirigentes han dado un tinte determinante al resultado bajo el peso de sus intereses, voluntades y sus actos. Esto nos lleva a la ciudad donde el valor de cambio se generaliza cada vez más, haciéndose transversal al conjunto de relaciones sociales que se desenvuelven, y donde predomina el producto, la aglomeración y la segregación excluyente, orientada bajo la racionalidad economicista. La ciudad nueva debe necesariamente construirse, contando con las reflexiones de Lefebvre, por medio de la interacción entre academia, arte y la acción de las fuerzas políticas alternativas (urbanismo como práctica social o de fuerzas sociales), por lo cual se podría deducir, que en últimas Lefebvre sugiere al urbanismo como un tipo de praxis específica, relevante para la formulación de un proyecto emancipador coetáneo.
6. El derecho a la ciudad hoy, como lo expone Lefebvre, es la exigencia de potencializar la ciudad como lugar de encuentro, ocio y juego, producido democráticamente y apropiado de esta misma forma, por el conjunto de sus habitantes. Como obra está enfocada a la satisfacción creadora y democrática de las necesidades urbanas, superando la lógica segregada de su materialidad y la manera fragmentada como se vive, y logrando armonizar la cotidianidad con el ocio. Es, como espacio fáctico y relación social, predominio del uso, del valor de uso y el cambio por encima del valor de cambio. En conclusión, como socialismo significa la planificación democrática de la producción basada en las necesidades urbanas.
Bibliografía
- Adolfo Sánchez Vázquez (1997), “La filosofía de la praxis”. En: De Marx al marxismo en América Latina. ITACA, México, 2011.
- Henri Lefebvre, “El derecho a la ciudad”. Ediciones península, España, 1973.