Miyari González
GREPLA J-RHGA
La formación social colonial existente en el Virreinato de la Nueva Granada durante el Siglo XVIII, no solo expresó la historia de las fuerzas productivas propias, sino que además, dio cuenta de parte de la historia de la formación social metropolitana. Es así que, para comprender al Estado colonial resulta fundamental, no solo ubicar sus partes integrantes y las fuertes diferencias que existieron internamente, sino establecer la relación que se tenía con el sistema metropolitano. Esa diversidad interna del Virreinato de la Nueva Granada y la articulación de este con el sistema metropolitano ayudarán a comprender, con mayor precisión, la formación social, política y económica del Estado colonial.
En ese mismo sentido, estas relaciones serán de ayuda para entender los elementos motivantes y desencadenantes tanto del proceso insurreccional en contra de la Península, como de los factores negativos con los cuales siempre contaron y que coadyuvaron a que el proceso de independencia tuviera su primer revés en la Capitanía General de Venezuela. A su vez, estas anotaciones permitirán apuntar algo, con respecto a aquellos que hoy buscamos en la Patria Grande una posibilidad de mejor futuro para Nuestra América, a la luz de un proyecto emancipador contemporáneo para nuestro territorio.
Formación social del Estado colonial
El Estado colonial fungía como el regulador de una serie de intereses regionales de distintos sectores sociales y de clase que componían el Virreinato de la Nueva Granada y que tenían fuertes diferencias entre sí. De igual forma, era el encargado de armonizar los intereses internos, con los que tenía el Estado Metropolitano. Son por lo menos 3 los aspectos que generaron una serie de diferenciaciones internas en el sistema colonial, a saber:
- Diversidad Regional: Esta se expresó en el tipo de poblamiento que se presentó, en dónde el 62% de la población se ubicaba en los Altiplanos Andinos de Colombia y el 38% en las vertientes y llanuras cálidas y tropicales del Oriente, Norte y Centro de la Nueva Granada. También se dio por cuenta de los tipos de producción que habían en cada una de las regiones y que variaban entre la ganadería, la agricultura y la minería (existían 18 provincias que se agrupaban en 8 regiones económicas). Los tipos de explotación y tenencia de la tierra variaron conforme a los intereses en cada una de las regiones, cuestión por la cual intentar comprender dicha diversidad demanda el ampliar el espectro más allá de la historia de Santa Fe y Tunja.
- Diversidad Racial: A esta diversidad de carácter regional, le siguió una que se ubicó en términos raciales. El Virreinato contaba, fundamentalmente, con 4 estratos compuestos por Blancos (Peninsulares o españoles y blancos herederos de peninsulares llamados criollos), indios (indios de encomienda, indios evangelizados e indios de misiones), libres o mestizos (libres de todos los colores) y negros esclavos. Cabe anotar que, para finales del Siglo XVIII, el 72% de la población era liberta (compuesta por 47% de libres y 25% de blancos). Este elemento es importante al momento de comprender los tipos de explotación existentes dentro de la sociedad colonial y el paulatino despegue del trabajo asalariado como forma predominante.
- Diversidad de los Sistemas de Trabajo: Existían 3 formas básicas del trabajo, el trabajo negro esclavo, el trabajo indígena y el trabajo libre, o lo que es lo mismo, un sistema de explotación de carácter esclavista, uno de explotación servil y uno de explotación asalariada. Con el tiempo, y a pesar de las diferencias regionales y la presencia en algunas de las regiones de un fuerte predominio de indios de encomienda, la preponderancia del tipo de explotación terminó ubicándose en el último. Esto se debió al aumento de la población liberta a raíz del crecimiento de la población blanca, así como también a procesos de búsqueda de la manumisión por parte de la población negra, y a que la población indígena empezó a huir de los resguardos. Allí las mezclas raciales también jugaron un papel significativo a la hora de ayudar a potenciar ese nuevo escenario que propendió por romper con las viejas formas de vida del sistema colonial.
Ahora bien, con los datos que se poseen se puede decir que las grandes haciendas que existieron durante el siglo XVIII funcionaron en múltiples ocasiones como los centros de la vida social y económica de cada región, facilitando que quienes controlaban estos lugares ejercieran una fuerte influencia sobre la población que allí se establecía, así como también un gran control alrededor del desarrollo regional que, en buena medida, dependía de lo que en dichos lugares se produjera. De igual forma, se debe manifestar que los distintos poderes que controlaban las regiones que conformaban el Estado colonial, tenían variadas diferencias entre sí que se establecían de acuerdo a cada una de las condiciones económicas y sociales que imperaban en cada región (predominancia de un tipo de población, de un sistema de trabajo y de unos tipos de productos que allí se crearan) y a los intereses que se tuvieran frente a dicho escenario. Esto hacía que, por ejemplo, en regiones donde la mano de obra esclava era fundamental para el fortalecimiento económico de determinados actores allí presentes, se defendiera su existencia en contra vía de las definiciones que emanaban frente a esta materia desde la Corona; cuestión que no se presentaba donde la mano de obra no era esclava o donde el grado de dependencia frente a esta era demasiado pequeño.
La consolidación de las regiones también propició la generación de sectores económicos locales que, aunque defendían en tiempos de paz y de guerra a la Corona, tenían como elemento primordial la defensa de sus intereses. La defensa del Estado colonial era, en últimas, la propia defensa ante la amenaza de una posible disolución que pudiera afectar sus beneficios.
Teniendo en cuenta lo anterior, es importante anotar que, al interior de la sociedad colonial, estos intereses económicos locales y regionales estaban constituidos por antiguas familias de colonos o conquistadores y nuevas familias conformadas por emigrantes que se articulaban al comercio, a la burocracia o a oficios militares. Estas familias poseían una amplia red de colaboradores que les posibilitaba tener, en mayor o menor medida, una fuerte influencia social, política y económica a nivel regional y/o local. Es así que, de esta manera, buscaban defender sus intereses en contravía de decretos u ordenanzas emanados desde el Estado colonial o la Metrópoli que consideraran lesivos.
A pesar de lo anterior, no en pocas ocasiones el Estado colonial y la Metrópoli lograban imponerse por encima de los actores locales. Lo que coadyuvó a que intereses locales y regionales que actuaban de forma dispersa empezaran a cohesionarse a partir del sentimiento de rechazo frente a algunas disposiciones que emitía la Metrópoli, cuestión que no se dio en primera instancia en tanto que no se cuestionaba la existencia misma del régimen. Dichas disputas, en principio, se lograban resolver sin poner en duda el orden establecido pero propiciando, por un lado, que dichos poderes regionales ganaran legitimidad local y la Corona, por otro lado, no tuviese mayores tropiezos en materia de gobernabilidad frente a estos territorios.
Además de lo anterior, cabe mencionar, las 3 características que poseía el Estado colonial, a saber: Estado militar, Estado religioso y Estado fiscal. El primero se establecía con el objetivo de defender al Virreinato de los ataques efectuados por las tropas inglesas, así como de apaciguar las rebeliones que internamente se presentaban. El segundo tenía como objetivo garantizar la estabilidad del orden colonial que había nacido sobre la base de la conquista militar y espiritual en el Siglo XVI. Y el último existía no solo por el establecimiento de excedentes producto de la explotación de recursos naturales, sino además por el ejercicio de tributación voluntaria u obligatoria existente al interior de la Colonia. Este último elemento, así como la ayuda en la resolución de conflictos económicos que localmente no se podían solucionar, eran los elementos fundamentales en los que se materializaba la relación entre el Estado colonial y la metrópoli, centrada fundamentalmente en el ejercicio de tributación hacia la Corona.
Atendiendo a lo expuesto en líneas anteriores, se debe decir que esa formación de poderes de carácter regional aunque permitió el sostenimiento del poder colonial también se convirtió en el acicate para que, ante el intento de imposición de las Reformas Borbónicas y el claro interés de la Metrópoli, por ejemplo, de sacar a los dirigentes criollos de los cargos burocráticos e intentar imponer en estos cargos solamente a peninsulares, se precipitara una fuerte ruptura entre estos poderes económicos y políticos regionales y la Corona española, muy a pesar de las diferencias internas que poseían los primeros y que, a la postre, contribuirán a que se genere la primera derrota a los esfuerzos independentistas.
Derrota de la nación venezolana en 1812
Sobre la base de la existencia de esta formación social, con las características ya mencionadas, es que en la América Meridional se transita hacia un proceso insurreccional que se oponía a las medidas emprendidas por el poder Peninsular y que encontró en la inestabilidad política de España, producto de la abdicación de Fernando VII, la excusa perfecta para conformar la Junta de Gobierno como suprema autoridad de la Capitanía General de Venezuela y pasar, de esta manera, de un simple rechazo a las disposiciones españolas a un desconocimiento de la autoridad de esta sobre el territorio venezolano.
Ahora bien, en los momentos creadores es donde, desafortunadamente, también se presenta la posibilidad de que se produzcan no tan deseados resultados. Para el caso de Venezuela, las históricas diferencias existentes entre el grupo de mantuanos (criollos) que promovían la insurrección, así como el hecho de que dicho proceso haya tenido características fundamentalmente urbanas (localizado en los centros más poblados de la Capitanía, así como en los lugares donde se ubicaban los recintos que representaban el poder en la época -p.e. las casas consistoriales y la sede de la iglesia-), no posibilitando que la población que habitaba en las zonas rurales venezolanas participara del proceso insurreccional, facilitaron que varios de los elementos por Bolívar mencionados, en su Manifiesto de Cartagena, se materializaran en contra vía de los intereses de la nación que se deseaba empezar a construir.
Esta primera derrota fue objeto de análisis por parte del Libertador, quien señaló algunos de los factores que a su juicio condujeron a tan nefastos resultados (que se suman a los aspectos que se han venido enunciando frente a la pugnacidad interna de las élites que promovían la insurrección) y que debían ser evitados por la Nueva Granada so pena de sufrir el mismo destino, según advertencia de Bolívar.
Son 3 los aspectos que señaló Simón Bolívar como los causantes de la caída de Venezuela. El primero era el correspondiente al ejercicio de la justicia. Para Bolívar, la inefectiva labor efectuada por la Justicia, en cabeza de la Junta Suprema, facilitó el imperio de la criminalidad promovido no solo por la población descontenta sino por peninsulares fieles a la Corona que encontraban en este escollo un punto por medio del cual mantener la zozobra y la inestabilidad del nuevo orden que se pretendía construir. La inefectiva actuación en contra de la sublevación efectuada en Coro, fue otro aspecto que será la punta del iceberg que señalaría Bolívar como elemento detonante del retorno de la Corona española.
El segundo elemento es la inexistencia de un ejército profesional. El desacuerdo frente a la necesidad de la constitución de un ejército profesional se fundamentaba en la presuposición que ante cualquier ataque de la Corona en contra del territorio venezolano el pueblo reaccionaría masivamente para defender su libertad. Atendiendo a ese criterio la conformación de un ejército resultaba ser innecesaria, ante lo cual se conminó a conformar milicias con miembros de la población que no habían sido entrenados para la guerra y cuyo ejercicio no se relacionaba en momento alguno con el castrense. Esto no solo propició la generación de odios hacia el nuevo Gobierno, sino que además, a la hora de garantizar la defensa de Venezuela frente a las tropas imperiales, se tradujo en la derrota y desmoralización generalizada de las tropas venezolanas.
El tercer elemento corresponde a la aplicación de un régimen federal y no centralista. En principio, desde la lógica del Libertador, no se trataba de hacer una crítica al federalismo como régimen político, sino a su aplicación a un contexto en el cual, a pesar de ser “el mejor régimen”, resultaba absolutamente nocivo. Ante la necesidad de construir un nuevo sistema político (entendido no solo como la forma política a escoger -régimen-, sino la generación de nuevos valores, el nacimiento de nuevos actores políticos, entre otros) y la idea de nación entre los habitantes de Venezuela, la existencia de poderes regionales y de intereses particulares de todo orden, alimentada por el sistema político que se acogió, muy en contra vía de las valoraciones de Bolívar y Miranda, se convirtió en una inmensa talanquera que facilitó la primera derrota de este proceso de independencia.
La mezcla de estos elementos, sumado a otros factores como el terremoto del 26 de marzo que ayudó a que sacerdotes realistas atizaran las pugnas internas entre mantuanos y la población indígena y negra, propiciaron que, lo que fuese un momento absolutamente creador, en tanto que se requería la construcción de una nueva soberanía política y una nueva identidad que articulara a todas y todos, terminara en un absoluto desastre, al cual llamaba el Libertador no permitir que se propagase. Esto lo manifestaba mediante la proposición de organizar las tropas necesarias para llevar a cabo la retoma de Caracas, cuestión que buscaba evitar que lo sucedido en Coro se materializara en este caso en la concreción de una amenaza directa en contra de todo el proyecto independentista de la América meridional.
Bolívar, en este sentido, se encontraba dotado de un profundo realismo político que le permitía dar cuenta de los peligros que se avecinaban. Este realismo político sucumbió, sin embargo, ante la promoción de un proyecto político sustentado en la necesidad de la independencia de la América Meridional, aspecto que solo podría haberse mantenido en el tiempo en la medida en que, por encima de las múltiples diferencias existentes en estos territorios, entre la variedad de poderes local-regionales, hubiese primado el esfuerzo por la consolidación de la Patria Grande.
La existencia de fuertes poderes de carácter regional con una importante capacidad de movilización social, así como la falta de cualificación política de estos sectores (cuestión que se evidenciaba en los sucesos acaecidos en Venezuela, y en la priorización de intereses particulares por encima de los colectivos), elementos que creaban una situación bastante adversa frente a la idea de unidad, no fueron suficientes para desvirtuar el anhelo encarnado en el proyecto de Bolívar.
Pero, a pesar de esto, lo cierto es que los factores mencionados en la primera parte de este artículo, asociados a la fuerte división interna de la élite criolla, que se puede tomar como una generalidad en la realidad colonial, dada por cuenta de la diversidad de intereses que les aglutinaban, y al tipo de configuración del poder que se dio por cuenta de las características que tuvo el poblamiento, la producción y la población que habitaba en los distintos territorios que conformaban a la américa, fueron más fuertes que la idea movilizadora que en principio les unió y que solo logró prosperar y ser efectiva en el momento de la confrontación militar, mas no como realidad republicana.
Por lo mismo, el futuro dará cuenta de que a pesar de este noble deseo del Libertador, la realidad demarcada se impondrá, condenando a nuestras naciones a trasegar divididas, con las penurias que tal determinación indefectiblemente ha traído consigo. Dar cuenta de estos hechos y de las razones que posibilitaron ese y no otro curso de la historia, bien puede ayudarnos a encontrar el sendero adecuado por medio del cual avanzar hacia caminos de unidad que puedan contribuir a allanar para los pueblos de Nuestra América condiciones de vida mejores a la miseria a la que nos han querido someter. Las condiciones en que esto se daría y la necesidad de que suceda, varían, evidentemente, de las que en la época de la que hemos hecho mención. Sin embargo, no deja de ser pertinente el tratar de ubicar las potencialidades y debilidades que esto podría traer para nuestra región, así como las posibilidades de que pueda suceder, o no, teniendo en cuenta el contexto en el que vivimos y a la luz de un proyecto de emancipación contemporáneo.
Independientemente de las respuestas que a estos cuestionamientos se den, consideramos que, por encima de las diferencias que existen en cada uno de nuestros países en la actualidad, persiste un espíritu latinoamericano que pugna por emerger, que no conoce fronteras ni se subordina a poderes locales fundamentados inclusive desde la época colonial, y que, con el concurso de las grandes mayorías, logrará ubicar a Nuestra América en el lugar de la historia que merece, la conquista de la Patria Grande.
Bibliografía
- Hermes Tovar, El estado colonial frente al poder local y regional.
- Simón Bolívar, Manifiesto de Cartagena.